Agricultura Pilas: Así de fuerte somos...
Después de la erupción del Volcán de Fuego del 2018, nada volvió a ser lo mismo para muchas de las aldeas y pueblos cercanos. Sus tierras quedaron devastadas e inútiles para cultivar. Con la ayuda de Agricultura PILAS, esto cambiaría totalmente.
Por Carmen Lucía Alvarado
4 min
Nos reunimos en La Antigua. Giuliana Gobbato sonríe, nos abraza, nos dice que está feliz de que Mr. Menú llegue a visitar el proyecto que hace tan solo unos meses no existía y que ahora se convierte en una muestra tangible de la resiliencia y la esperanza.
Y es que Giuliana –que estudió agroecología en la Universidad de Santa Cruz en California– es una de esas personas que ama construir esperanzas, que combina conocimiento con ilusión, y lo convierte en un proyecto de vida. Pero no un proyecto de vida individual, sino un proyecto de vida que es un postulado, un camino, una posibilidad, un propósito que trasciende y es colectivo.

Nuestra relación con los volcanes es compleja: son gigantes hermosos que configuran nuestra interacción con el espacio, son los hermanos que han visto y verán lo que nosotros no. Pero cuando uno de ellos despierta y nos habla con su lenguaje de fuego, inevitablemente el miedo nos invade.
Eso pasó en junio de 2018, cuando el Volcán de Fuego nos recordó la materia interna de nuestro planeta.
Muchos no pudieron escapar de la muerte, fue algo dramático. En ese momento, como miles de guatemaltecos, Giuliana sintió la necesidad de extender su mano y ayudar a las comunidades afectadas. Su conocimiento de la tierra podría ser de gran ayuda. Era una tragedia pero era también una oportunidad inmensa de iniciar un proyecto colectivo capaz de sanar profundamente.

Así emprendió un viaje con su amigo Willy Posada y llegaron a Yepocapa, municipio de Chimaltenango, en donde entraron en contacto con el COCODE. Ahí conocieron a Don Rafael Umul y le preguntaron sobre sus necesidades más grandes, a lo que él respondió que habían perdido sus siembras y, que además, no era la primera vez que esto pasaba.
Aunque la tragedia había sido mayúscula, ya en 2017 –un año antes– también habían perdido su siembra de maíz, así que lo que ellos necesitaban era fertilizante y maíz para sembrar.
Afortunadamente, Giuliana ha aprendido a hablar con la tierra. Sabe que esa forma de sembrar no es buena ni para ellos, ni para la tierra, ni para la vida en general. Así que ahí inicia el camino que ahora, meses después, incluye a 22 personas de cuatro comunidades –La Cruz, Yepocapa (Chimaltenango), Montellano (Chimaltenango), Santa Catarina Barahona (Sacatepéquez) y El Mirador (Zacapa) –, sembrando y produciendo una cantidad de productos orgánicos variados; que garantizan la salud de la tierra, la estabilidad económica de quienes la siembran y la calidad de cada una de las cosechas.

Mientras nos acercamos a Yepocapa, mirábamos alrededor lo deforestado del terreno y Giuliana nos explicó por qué los monocultivos y el fertilizante nos empujan a un callejón sin salida. Saber que la tierra está enferma y que se le obliga a producir de una forma poco amigable no solo con el ambiente sino con nuestros propios cuerpos es realmente angustiante, pero después de una hora de camino llegamos a La Cruz, en donde varias familias están en el programa. Ahí la angustia se calma porque vemos los pasos que debemos tomar para salvarnos de una catástrofe mayúscula.

Entramos a un terreno dividido por terrazas, lo cual ayuda a que la tierra no se erosione o el agua de las lluvias deje la tierra suelta y poco funcional. En medio de la siembra, como hablando con la tierra, está don Trini, uno de los integrantes del proyecto. “Buenos días, yo soy Trinidad Mux, de acá de la comunidad La Cruz y socio del proyecto”.

Giuliana nos explica que el terreno es el área demostrativa y tiene cultivados 18 tipos de alimentos. Es impresionante. Es un postulado de la vida ante un sistema que nos enseña a ver en las grandes plantaciones de monocultivos una normalidad asumida.
“La bendita tierra no descansa”, dice don Trini, y las 18 formas de vida que se expanden a su alrededor, que se cuidan entre sí, lo confirman. Y es que un policultivo cumple la función de una comunidad: la cebolla protege al brócoli, las plantas aromáticas crecen para ser medicina e incluso ahuyentar a ciertas plagas; camote, chipilín, acelga, rábano, puerro, cebolla, ajo... uno con otro, los cultivos mantienen sana la tierra y la hacen más funcional, conformando una comunidad que se entrelaza.

De eso se trata un proyecto sostenible: de mantener la tierra sana, de fortalecer su producción y de garantizar que la economía de las familias que trabajan la tierra se sostenga de una manera digna. Esta forma de siembra ha sido bautizada como Agricultura PILAS, que significa por sus iniciales: Policultivo, Integrado, Local, Autonomía alimentaria, Sano.
El cambio para las personas que conforman el proyecto ha sido sustancial, ya que ahora en lugar de cosechar una vez al año lo hacen cada tres meses y con una gran variedad de productos. La planificación para las ventas está ligada al consumo de restaurantes conscientes (como Samsara en La Antigua o La Tavola Bistro en Guatemala) que compran sus productos. De esta manera se garantiza que la producción se venda a un precio justo para el agricultor, quien recibe el 90% de las ganancias, mientras que el otro 10% es utilizado para el funcionamiento del proyecto.

Es posible curar nuestra tierra, es posible el trabajo colectivo, es posible tener esperanza cuando ideas como ésta nacen y vemos que el resultado es la vida misma dándonos nuevamente una lección: desaprender las formas nocivas en que nos relacionamos con la tierra.
Después de una tragedia como la del Volcán de Fuego, la necesidad de ayuda es imperante; sin embargo, también hay soluciones que se convierten en cambios estructurales.
Así, a través del gesto más humano y colectivo –el acto de vida que significa comer–, se afianza el sentido de comunidad, se da una tregua a la tierra, garantizamos nuestra salud y una vida económicamente digna para los agricultores. Así se abre un camino de posibilidades. Así de fuertes somos.
Este contenido fue gracias al apoyo de Tigo.
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